Hay momentos que quitan el aliento.
¿Has visto alguna vez espectáculos de acróbatas en un circo?
Hablo de esos segundos eternos, cuando la trapecista sube por una escalera infinita que acaba en una plataforma minúscula, aferra las cuerdas del columpio con ambas manos y se lanza al vacío con la seguridad de quien ya ha saltado mil y una veces.
No hace falta ser trapecista para reconocerse en esos momentos de vértigo puro, cada persona tiene los suyos. Siempre hay algo que nos pone de los nervios, que nos ilusiona y aterra a partes iguales, que queremos hacer y no sabemos si nos atreveremos a dar el paso. Y es que no importa cuantas veces hayas saltado ya. Al mirar hacia abajo hay un instante de duda, siempre lo hay.
Sabes que quieres hacerlo, que quieres arriesgar, y sabes que te mueres de miedo.
¿Dejas que te paralice o eliges saltar?
A veces la vida se siente un poco así, como si estuviéramos mirando al vacío y solo pudiéramos salir reuniendo el valor para lanzarnos a él.
Quién no arriesga no gana, dicen.
Pero a arriesgar bien también se aprende.
Si tenemos la cabeza llena de pájaros y murmullos, si nuestra mente es un caos y nos movemos por la vida reaccionando como podemos a los últimos estímulos, el coste de correr riesgos siempre será demasiado alto porque nunca sabremos el precio que estamos pagando por ellos.
Y podemos terminar ahogándonos en una vorágine de decisiones cotidianas, pequeñas, sin encontrar el valor para pensar a lo grande.
En esos momentos decisivos, en los que el miedo a caer nos paraliza, lo que necesitamos es saber que hay una red debajo lista para recogernos si damos un mal paso.
Y así funciona un buen sistema de gestión personal, como una red de seguridad.
Nos permite enfrentarnos a los retos y decisiones más difíciles con la tranquilidad de tener todas las cartas sobre la mesa, de conocer al dedillo nuestros compromisos con los demás y con nosotros mismos, y de ser capaces de medir las consecuencias.
Antes de decir que sí a ese plan que me han propuesto, o a ese nuevo proyecto que me hace tanta ilusión, puedo echar un vistazo a mi calendario, mis tareas y proyectos entre manos, mis propósitos a medio plazo y a todas esas ideas que llevan tiempo esperando su momento.
Así, con toda la información en la mano, puedo saber todo lo que dejo de hacer cuando elijo hacer algo, y asegurarme de que valga la pena.
La vida es impredecible; la realidad, cambiante. Para poder aprovechar esas oportunidades inesperadas que se presentan necesitamos prepararnos.
Pero ojo, que tener un sistema de apoyo nos tiene que ayudar a ser más valientes, no menos.
Una red de seguridad no es para aferrarte a ella y mirar abajo con miedo a que se rompa en cualquier momento.
Empezar a mejorar nuestra efectividad personal no nos protege automáticamente de caer en esa necesidad de productividad constante, en el perfeccionismo patológico, en la obsesión insana de sacar rendimiento de cada cosa que hacemos, con todo el estrés que eso conlleva.
Porque esto no va solo de aprender a organizarnos; necesitamos un cambio de mentalidad. Necesitamos dejar atrás los métodos de gestión rígidos y estáticos en favor de un modo de pensar mucho más flexible y dinámico.
Es genial dedicarnos a tejer una red bajo nuestros pies llena de ideas y por si acasos, pero en algún momento tenemos que aprender a soltarla.
No necesitamos tenerlo todo bajo control porque podemos jugar con la incertidumbre a nuestro favor. Los cambios no son amenazas, sino oportunidades.
¿Se te ha presentado uno de esos planes, propuestas, proyectos o ideas que cosquillean?
¿Tienes un sistema que te permite revisar tus compromisos y objetivos y ganar claridad sobre ellos?
¿Has valorado el coste y las consecuencias de lo que tendrías que dejar de hacer si aceptas?
¿Y has decidido que vale la pena?
Entonces ya tienes tu red.
Ahora, salta.