Por fin ha llegado el fin de año y, con él, esa necesidad acuciante de pararnos a reflexionar sobre qué hemos hecho con este año que se va, y qué queremos hacer con el que empieza.
Desde que me topé con GTD, esto de la revisión anual me trae pocas sorpresas. Revisar mis compromisos y reflexionar sobre ellos es algo que ya hago constantemente. Me sirve para mantener el estrés a raya, para tomar decisiones importantes. Me da coherencia, calma y seguridad.
Durante todo el año, pongo la mirada en el horizonte y voy corrigiendo el rumbo, poco a poco. Funciona mejor que trazar la ruta una vez y aferrarme a ella durante meses esperando que no cambie. Por eso ya no necesito hablar de mis propósitos de año nuevo.
Aun así, no quiero dejar de aprovechar la atmósfera mágica de estas fechas, en las que parece que el mundo se baja un poco de su ritmo frenético habitual, para hablar un poco de ello.
No os voy a mentir, 2022 se me ha hecho cuesta arriba a nivel profesional. He tenido que manejar cargas de trabajo sin precedentes, me he visto entre la espada y la pared, y me he tenido que conformar con elegir el mal menor en lugar de la opción mejor casi todas las veces. He sentido una frustración constante por las responsabilidades asumidas y por una mala gestión de expectativas, ajenas y propias. Y me ha costado mucho sentirme satisfecha con el trabajo que hacía, a pesar de que no me faltaban motivos para ello. He estado muy cansada, y eso ha minado mi energía y mi ilusión en todos los frentes.
Por una parte, me da mucha rabia, porque no he sido capaz de disfrutar y celebrar todos los logros conseguidos por el camino, que han sido muchos.
Por otra, sé que ha sido un aprendizaje a marchas forzadas, que he ganado una seguridad en mí misma y en mis capacidades que me va a hacer la vida mucho más fácil de ahora en adelante.
Aunque despido este año con un sabor agridulce en los labios, lo cierto es que no me arrepiento de nada, y que me alegro de estar viviendo de primera mano una experiencia que solo hace que reafirmarme.
Tengo la impresión de que hemos perdido las riendas del mundo profesional en el que la mayoría nos movemos.
¿Por qué parece que siempre vamos contrarreloj y ahogándonos? ¿Cómo es posible que hayamos normalizado perseguir un crecimiento constante, ponernos metas inalcanzables y decir a todo que sí en lugar de centrarnos en lo importante?
Vivimos con tal nivel de incertidumbre que no somos capaces de asimilarlo, nos incomoda sentir esa inseguridad, tememos al futuro e intentamos conseguir sensación de control a base de crearnos más y más trabajo, como si eso fuera garantía de algo.
Y sufrimos del síndrome del objeto brillante, donde lo nuevo siempre es más atractivo y lo demás lo damos por hecho. Así que priorizamos coger ese nuevo proyecto, un cliente más, añadir más servicios, más funcionalidad; en lugar de mejorar y mantener lo que ya tenemos.
Más, más y más.
Pero, ¿a qué precio?
Vivir con esta sensación de que nada es suficiente es agotador.
Estoy segura de que podemos construir un futuro diferente si cambiamos la narrativa.
Podemos cambiar las horas extra sistemáticas por el trabajo consciente, el tiempo por el valor, la dependencia por la autonomía, el control por la confianza y la jerarquía por la colaboración.
Un futuro profesional sostenible pasa por entender cómo funcionamos fuera de imposiciones y prejuicios, por dejar de lado el qué dirán, por una mayor flexibilidad para adaptar el trabajo a nuestras circunstancias y autonomía para elegir nuestras propias batallas.
En definitiva, por reconocer que las personas somos el recurso más importante y cuidarnos como tal.
No tengo ni idea de dónde está el final de este camino, pero sí creo saber dónde está el principio.
Necesitamos tener herramientas a nivel individual para aclarar el papel que jugamos y reclamar la responsabilidad que nos corresponde en nuestra vida profesional. Necesitamos poder concentrarnos, organizarnos, tomar decisiones y trabajar de forma efectiva.
Aprender efectividad no solo nos hace más capaces, también nos da seguridad, confianza y libertad.
Y ahí sí que puedo y quiero ayudar.
Trabajar a destajo este año me ha dejado la sensación de no estar haciendo suficiente, pero vuelvo la vista a atrás y me doy cuenta de que, aunque no he podido con todo lo que me gustaría, en realidad, nunca he parado.
Este año he dado varias charlas, mentorías grupales e individuales e incluso un taller presencial. He desarrollado materiales de formación propios. He escrito aquí en el blog y en LinkedIn. He tenido el lujo de trabajar de cerca con José Miguel y Jordi en OPTIMA LAB. He seguido leyendo, escuchando, investigando y aprendiendo.
Aún no sé cuál es mi papel en todo esto, pero sí sé que quiero tener alguno. Ya sea como ponente, como mentora y formadora, como escritora e investigadora, o como un poco de todas ellas.
No me cabe duda que 2023 traerá sus propios retos, pero mientras sienta que esto es parte de mi propósito, yo seguiré insistiendo, paso a paso, corrigiendo el rumbo cuando sea necesario.
Así que gracias, 2022, por todo.
Y mañana, más y mejor.